martes, 7 de julio de 2009

La gracia del perdón

En este breve fragmento de La Misión vemos como Mendoza que era mercenario y traficante de esclavos indígenas y que había asesinado a su hermano, llega con un fardo donde arrastra consigo las armas que usaba antes al lugar donde se encuentran los guaraníes subiendo escarpadas colinas con cataratas. Él elige su propia penitencia por sugerencia del padre Gabriel.

En principio él se ve amenazado por el indio, pero cuando ve que lo libran del fardo a instancias de la orden del cacique por sugerencia del padre irrumpe en llanto liberándose poco a poco, cada vez más de su pasado doloroso simbolizado en la carga que arrastraba.

Esta escena como ninguna otra del cine -arriesgaría decir- representa hermosamente el poder que confiere perdonar sin rencores, y qué tan bien hace a uno la gracia divina del perdón, la redención del ser humano arrepentido, empezar una vida nueva. Recordemos el proverbio latino: «Errar es humano, perdonar divino»

Y pensemos en una lámpara. Nadie la enciende para ponerla debajo de una cama ¿No la pondremos más bien sobre el candelero para que todos los que entren vean la luz? Las puertas están abiertas de par en par, sólo hay que estar predispuestos a ver la luz, cuyo fin, y esto es importante, fue para todos nosotros. La Historia nos enseñó que en nombre de la hermandad política se creó una guillotina que causó el Reinado del Terror. Algo semejante sería imposible en nombre de la hermandad de los hombres elegida hacia las estrellas.

«Nunca la criatura humana se adherirá de más segura manera al cumplimiento del deber que cuando, además de sentirle como una imposición, le sienta estéticamente como una armonía»[1] dice J.E. Rodó en su libro Ariel.

Aquí tenemos la forma estética armoniosa en su mayor expresión. Mérito de los hacedores de la película. Mención especial al guionista, y por supuesto, al compositor de la música inigualable de esta película, el maestro Ennio Morricone, cuya música simboliza la Buena Nueva.

Una lección de vida inolvidable.


[1] Rodó, José Enrique, Ariel, Ed. Espasa Calpe, 1948, Buenos Aires, p. 59.

2 comentarios:

Rubén Muñoz Martínez dijo...

Lucas, hace como un mes vi esta película, y esta escena fue la que más me gustó y estuve a punto de hacer un post sobre ella... bonita coincidencia. Me alegro de que la hayas hecho tú.
Respecto a lo de la gracia, hace tiempo pensé que podemos encontrar pocas expresiones de mayor bondad que el perdón. Hay que tener dentro mucha bondad, para poder perdonar... y esta escena lo demuestra.
Un abrazo amigo, y no dejes de escribir.
Nos leemos!

Lucas Esandi dijo...

Yo la había visto hace años.
Ahora decidí verla de vuelta.
Es como si hubiera visto otra película.
Sucede que -podría obviar el comentario- no soy el mismo de años atrás, y he apreciado y valorado mucho más otras cosas.

Es una gracia sin duda, no?

Coincido con Rodó. Cuando al deber se le suma la forma estética del mismo, algo que despierte nuestra sensación de lo bello y lo podamos percibir, entonces, adheriremos con mayor fuerza al deber.
Estoy convencido. Que me prueben equivocado si no.

Un abrazo grande,
ya te responderé en tu blog sobre lecturas borgianas.

Lucas

Lucas