martes, 26 de noviembre de 2019

De música y de literatura

¿La música crea una realidad propia o evidencia aspectos de la realidad que el compositor devela con maestría al tempo giusto? ¿Puede una melodía representar una idea? ¿Acaso es un significante? ¿Si es así cuál es el significado? Son caras de una misma moneda. No sé si la disyuntiva es válida pero cuanto menos es interesante la cuestión para pensar en la interpretación de una partitura que es infinita, como dice Barenboim, mientras que las partituras en sí mismas son finitas.



Existen los llamados poemas sinfónicos que son composiciones orquestales sobre una idea, tópico, sentimiento o lo que el músico considere oportuno representar. Por ejemplo, los de Richard Strauss, basados en obras literarias como Till Eulenspiegel o Don Quijote, o bien su famosa Sinfonía Alpina basada en una jornada en los Alpes.


Ahora bien, ¿cómo puede uno darle sentido a esta música? Puede escucharla, al tiempo en que se tienen a mano los distintos momentos que el músico busca representar o si no escucharla sin buscar darle un sentido sino más bien sintiéndola en su interior dejándose llevar por ella y su realidad creadora donde sea que nos depare el decurso de su escucha; de una manera u otra hará mella.

Creo que ambas formas de escucha son válidas. Se las disfruta del mismo modo y la música adquiere mayor valor en uno al enriquecerse con la multiplicidad de perspectivas y de sentimientos que se vivencian al escucharla. La misma melodía puede suscitar en diversos oyentes los más variados sentimientos. Me han dicho que esto pasa con el Intermezzo de Cavalleria Rusticana de Mascagni. Asimismo, un personaje de la novela Número Cero de Umberto Eco llora en el célebre segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven...

Y he aquí lo interesante, un parangón con otra dimensión del arte, la de la palabra. Las mismas disyuntivas se suscitan en este ámbito. ¿La literatura crea una realidad propia o es una mimesis como quería Aristóteles? La respuesta es que hacen ambas cosas. ¿Quien en su sano juicio duda de la existencia de Don Quijote o de Hamlet? Viven en cada generación que ve la luz del sol en esta tierra y tienen monumentos por doquier.



¿Cuántos sentidos podemos darle al leerla? Muchos. Recordemos la propuesta radical de Cortázar de leer su Rayuela del principio al final o con otro orden de capítulos propuestos por él. Y aquí diré que esto no pasa sólo por una cuestión estética sino también de poder. Quien da sentido a un texto lo detenta y puede hacer con él desde reformas religiosas -como Constantino en su lectura de Virgilio- hasta políticas o filosóficas.

Sin embargo, mi interés no pasa por mostrar el poder de la interpretación sino los paralelismos entre la música y la literatura. Las dos crean una realidad propia y, a su vez, son una imagen o un reflejo de la realidad. Ambas puede ser interpretadas de muchas maneras y esto enriquece su valor y -last but not least- tomando un camino u otro podemos ir tras la busca del anhelo de todo ser humano en el mundo, la felicidad.


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