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lunes, 17 de noviembre de 2014

Esperar leyendo

G.K.Chesterton leyendo sentado en un banco.


Un hombre cruza la plaza y entra al banco. Se coloca detrás de la fila y acto seguido abre un libro y se pone a leer. Escucha gente en voz baja que se reprocha no haber hecho lo mismo. También comprueba que lo miran con aprobación por su ingenio. El resto es espera y placer por la lectura. El tedio de esperar no molesta a quien sabe que el tintero es inagotable. Disfruta leyendo porque no hay tiempo que perder esperando y se deja llevar por el cauce de la lectura avistando meandros con paisajes nuevos o conocidos pero vistos desde otra perspectiva sobrecogedora. El río de la lectura no termina jamás ni quien lo pisa es siempre el mismo hombre, parafraseando a Heráclito.

Es una buena forma de matar el tiempo. Ya no como el Sombrerero Loco y la Liebre de Marzo que están peleados con él porque la Reina de Corazones los acusó de hacerlo por su pésima música en Alicia en el País de las Maravillas. Confieso que me cuesta recordar gente leyendo mientras espera. En terminales de transporte es más fácil ver gente leyendo, pero en la inmediatez de lo cotidiano cuando debemos hacer un trámite no encuentro vecinos aprovechando el tiempo al leer, y todo lo que se siente en el ambiente es un tedio y una tensión monótona e invasiva.

¿Qué esperamos para llevar nuestras lecturas a los bancos, a las filas interminables de pagos y demás lugares en que debemos necesariamente esperar? Siento, sin embargo, que es una cuestión cultural. Acaso no haya tantos lectores entre nosotros, o bien disfruten de leer en la cama diez minutos antes de dormirse. Pero bien cabe usar la inteligencia práctica y aprovechar esa hora de nuestras vidas que se nos va esperando viendo los minutos y la gente pasar. Ahora bien, me podrán decir que mientras se espera se piensa o se medita, es cierto. De todas formas, no lo veo en los rostros de los que esperan, ya que todos se dejan arrastrar por ese tedio y esa tensión, y sólo esperan que acabe. No se sienten capaces de pensar y meditar dadas las circunstancias.


Por eso es que podemos proponer que leamos mientras esperamos ¿Cómo se empieza? Pues hablando del tema y concientizando. Acaso con libros en los bancos, instituciones, y cada lugar de espera que haya. Ya que no podemos usar celulares ¿qué mejor que leer? Si tenemos una experiencia grata con un libro buscaremos favorecer los momentos de lectura en espacios variados, y no sólo en la cama o el living. Iremos a leer al río, a la playa, a la plaza, a la casa de nuestros padres, a las bibliotecas, viajando… en un viaje sin fin como Don Quijote o el barón rampante de Italo Calvino, entrañables lectores que nos enseñan que la lectura es un viaje de ida y una forma de la felicidad.

sábado, 22 de agosto de 2009

Una verdad de la razón


Evitemos de ahora en más un equívoco frecuente de la vida cotidiana. Me refiero a la locución adverbial tener razón que significa “estar en lo cierto”. Solemos usarla, vale aclarar, cuando alguien dice algo acertado, correcto o verdadero. La idea es clara.

Ahora bien, puede ocurrir que uno crea tener razón y en realidad diga algo falso. Y el problema reside en que si refutamos lo dicho a esa persona le decimos que no tiene razón cuando en realidad la tiene porque o todos tenemos razón o nadie tiene razón. Quiero decir que el hombre es sapiens, esto es, que sabe, que está constituido por la razón. Si es algo que nos constituye como tales no podemos decir que no tenemos razón; todos la tenemos.

La razón nos acerca a la verdad y cuando la hallamos no importa de quién viene, sino llegar a ella[1]; si alguien nos ayuda tanto mejor. Porque es en el diálogo como nos podemos ayudar a encontrarla. Platón ya lo supo, por eso compuso sus textos en forma dialógica creando la dialéctica, el arte de dialogar.

Hoy día tristemente (y cuando decimos hoy día solemos referir un estado de cosas que es desde que el mundo es mundo), la gente se obstina en querer tener razón. Discusiones encarnizadas entre partes que no buscan llegar a una verdad sino complacerse a sí mismas en una guerra dialógica, que a veces no llega a diálogo porque desmerece al lógos -morfema que compone a la palabra diálogo-, y se reduce a mera charla que no comporta ningún fin útil a ninguna de las partes. Esto es un error, “se entiende que una persona pierde y otra gana, lo cual es un modo de estorbar la verdad o de hacerla imposible”[2], dice Borges. Es una mera vanidad personal querer tener razón.

No ha de ser así. La palabra debe ser constructiva, cuando no creativa. Se ha hecho el mundo con ella. Si Dios no hubiera hablado no habría nacido el mundo. Recordemos los versículos iniciales del Evangelio según San Juan:

En el principio existía la Palabra,

y la Palabra estaba junto a Dios,

y la Palabra era Dios.

Al principio estaba junto a Dios.

Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra

y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe.


¿Qué provecho habrá en hablar sin un fin positivo que procure hallar en las cosas su realidad, su existencia, que quiera develar algo que está tapado y que ignoramos? Pues eso significa la verdad en griego: aletheia (quitar el velo a algo oculto). Según la doctrina platónica conocer es recordar; Francis Bacon añadió que ignorar es haber olvidado[3].

Como toda afirmación es excluyente, por lo susodicho no se debe entender que el fin que propongo deba ser el único que tenga la palabra. Hay muchos y nobles. Básteme enunciar la presencia de éste para poner sobre aviso a los gentiles lectores.

Pareciera que actualmente estamos en las antípodas de la dialéctica platónica. Lejos del arte de dialogar. Borges en diálogo con Bioy Casares dice: “Siempre me asombra que la gente no oiga lo que dice” Gente que se especializa en la minuciosa anécdota pointless (sin sentido)[4], que no va al grano. Y Benigni en su película El tigre y la nieve: «Se le parole non sono giuste nulla è giusto. Trovare le parole giuste per far battere il cuore all'altro, così come batte a me!» (“Si las palabras no son justas nula es justo. ¡Encontrar las palabras justas para hacerle batir el corazón al otro, así como me bate a mí!”). Precisamente porque la palabra es nuestro insuflo divino[5], lo que nos hace distintos de los animales. La vida al ser un talento debe dar fruto (Mateo 25: 14-30) En cambio, se habla sin sustancia y fuera de propósito (Mateo 12: 36). ¿Quién no ha tenido estas charlas aburridas? ¿Y sobre todo quién está dispuesto a cuestionarse si el interlocutor está en lo cierto y uno no? Quien nada duda nada sabe decían los griegos que sabían muchas cosas. Eventualmente no queremos confrontar nuestras preferencias, y eso hace que se cristalicen en prejuicios[6]. En ello reside la dificultad. Pero debemos mantenernos abiertos y curiosos, pues como dice Savater: “el espíritu nace de la búsqueda incesante de formas diferentes de ser semejantes”[7]. Pienso que es un acto de coraje y de amor al conocimiento y a la verdad.



Un ejemplo claro de que importan más las verdades que su procedencia está en los refranes. Los nombres de quienes los han creado se han perdido. La sociedad que atesora estos refranes los ha retenido en su memoria porque encierran verdades; algo bueno, bello y justo, como hemos dicho que hace la tradición evocando las palabras de San Pablo[8]. Encierran algo que es bello por ser inteligible sin reflexión, como dijera André Maurois.

Y es que el corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer. El hombre está dispuesto siempre a negar todo aquello que no comprende y aun lo que comprende como Sócrates (en su frase atribuida): “Sólo sé que no sé nada” Creo que el escepticismo debe tener un límite, y que es un uso erróneo de la razón. Es Blaise Pascal quien nos enseña en sus Pensamientos cómo debemos usar la razón (268):


“Hay que saber dudar donde es necesario,

afirmar donde es necesario, sometiéndose donde es necesario.

Quien así no procede no entiende la fuerza de la razón.

Hay quienes fallan contra estos tres principios, ya sea afirmando

todo como demostrativo, por falta de conocimientos

en demostración: ya sea dudando de todo, por falta de saber

dónde hay que someterse, ya sea sometiéndose en todo, por

falta de saber dónde hay que juzgar”.


Y será Borges, aun cuando se define esencialmente escéptico[9], quien dirá con acierto que un “sofisma consiste en negar lo que no es fácil de definir. Quizá no se pueda precisar cuándo acaba el día y empieza la noche; pero nadie confunde el día con la noche”[10]. Que algo sea difícil de definir no significa que no sea y que se pueda negar. Repito, todos queremos creer en algo y que nos crean. Recuerdo a Don Quijote diciéndole al oído a su escudero: “-Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos. Y no os digo más”[11].



Finalmente, en la busca de la verdad hay –
grosso modo
- dos posturas:

a- Quienes creen que es imposible llegar a ella.
b- Quienes dicen que la verdad es Dios.


Esta división comporta concepciones del ser humano acerca del más allá y creencias religiosas sin duda. La segunda postura está sustentada en la Biblia (véase, por ej, I Juan 5: 6 y Juan 14: 6), que es Palabra de Dios (ya citamos los versículos iniciales del Evangelio según San Juan). Algunos acusan a la Iglesia de rebajar la razón, pero es al contrario: “La Iglesia es lo único que, en la tierra, hace de la razón un objeto supremo; la única que afirma que Dios mismo está sujeto por la razón”[12] sostiene Chesterton. Eso procuró la teología con su escolástica, llegar a Dios mediante la razón.


Claro que buscar la verdad es arduo porque la vida en su misterio es inagotable, como nos recuerda Hamlet:

«There are more things in heaven and earth, Horatio, than are dreamt of in your philosophy»[13].

Pero la vida sin misterio sería insulsa y aburrida. Si supiéramos todo nada nos quedaría por saber. Felizmente podemos estar en desacuerdo, pero siempre respetando y tolerando al otro. Sigamos pues ayudándonos en la busca de la verdad haciendo uso de nuestra razón sin acobardarnos ni envanecernos. Yo, estoy con ustedes.

[1] Cf. la frase «Amicus Plato, sed magis amica veritas» Esto es: “Platón es mi amigo, pero la verdad es más mi amiga”. La verdad puede venir de un filósofo o pensador cualquiera, no importa de quién, sino que sea una verdad. Eso es más importante.

[2] Borges, Jorge Luis, Ferrari, Osvaldo, Reencuentro, diálogos inéditos, Ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1999, p. 208.

[3] Cf. Epígrafe del cuento “El inmortal” en El Aleph, Jorge Luis Borges.

[4] Bioy Casares, Adolfo, Borges, Ed. Destino, Buenos Aires, 2006, p. 106.

[5] Cf. Génesis, 2: 7.

[6] Cf. Martínez, Guillermo, La fórmula de la inmortalidad, Ed. Seix Barral, Buenos Aires, 2005, p. 11.

[7] Savater, Fernando, La vida eterna, Ed. Ariel, 2007, p. 175.

[8] Cf. 1 Tesalonicenses, 5: 21.

[9] Cf. Epílogo de Otras inquisiciones.

[10] Bioy Casares, Adolfo, Borges, Ed. Destino, Buenos Aires, 2006, p. 61.

[11] Cervantes, Miguel, Don Quijote de la Mancha, Ed. RAE, 2004, p. 865.

[12] Cf. Chesterton, Gilbert Keith, El candor del padre Brown, Ed. Losada, Buenos Aires, 1939, p. 23.

[13] Hamlet, 1,5, v. 186. “Hay más cosas en el cielo y en la tierra, Horacio, de las que sueña tu filosofía”.


sábado, 13 de junio de 2009

¿Qué os aflige, Don Quijote?



«¡Que tengo de ser tan desdichado andante que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore! ¡Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfenique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante Altisidora, desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado, que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra»[1]


No sólo lo persiguen encantadores con encantamentos -digo bien-, sino también doncellas con amoríos. Y lo interesante es que él se cree acechado o amado, cuando en realidad no lo es. ¿Pero qué es lo que pasa en la realidad del libro? ¿Qué es la realidad si hay lectores de las aventuras de Don Quijote dentro del Don Quijote? Si aun los vemos avizorando horizontes procurando enderezar tuertos y desfacer agravios [2].


Esa vida autónoma que Cervantes otorga a Don Quijote y Sancho los hace más vívidos. Y junto con los diálogos en que conocemos sus anhelos, miedos y esperanzas ellos cobran una vida tal que resultan extrapolados del libro. ¿Quién no sabe quiénes son? Inclusive quienes no han leído sus aventuras saben que andan por los campos procurando el bien [3].


Entrañable caballero. Renegará de sus locuras caballerescas al final del libro. Será Quijano de vuelta. Quijote habrá sido un sueño suyo [4]. No obstante, se debe observar fielmente que su Dulcinea del Toboso no será negada y seguirá siendo tal. Ella no habrá sido un sueño, aunque la haya imaginado de una forma u otra. Con todo, ella habrá sido el móvil de sus andanzas.




[1] Cervantes, Miguel, Don Quijote de la Mancha, Ed. RAE, 2004, pp.886-887.


[2] Ibídem, p. 170.


[3] Quijano toma el consejo de San Pablo: “Prueben todo, lo que es bueno, reténganlo”, en la Primer carta a los tesalonicenses, 5, 21. Y no sólo «lo bueno», puesto que leemos en el original «tò kalòn», concepto griego que significa «lo bueno, lo bello y lo justo». No sólo retiene lo que entiende como kalòn en la memoria, sino que lo lleva a cabo por su voluntad de hacer el bien reviviendo la caballería andante.


[4] Idea que está en la poesía “Ni siquiera soy polvo” de Borges en Historia de la noche (1977).